Bernardo de Gálvez empezó temprano su carrera militar. Con 16 años se enroló como voluntario del Regimiento francés Royal Cantabre, que había llegado a España para ayudar al país en la Guerra de los Siete Años. Con ellos participó en la campaña de Portugal en 1762. Después combatiría contra los apaches en la frontera de Nueva España (México). En 1775, vuelve a cambiar de continente para luchar como capitán de Cazadores en el fallido desembarco en las playas de Argel. La operación con la que España quería demostrar su fortaleza sobre los asentamientos en África terminó en un absoluto fracaso por una mala táctica militar que derivó en una emboscada. Las tropas españolas tuvieron que retirarse de inmediato. Bernardo de Gálvez fue herido en la pierna izquierda, su segunda herida de guerra con apenas 29 años.
Gracias a su lucha contra los apaches en la frontera de Nuevo México, obtuvo la siguiente conclusión: “Los españoles acusan de crueles a los indios, no sé qué opinión tendrán ellos de nosotros. Quizás no será mejor y sí más bien fundada”. Una frase -destacada en una de las paredes de la exposición en Madrid- que sin duda se salía de la norma de los altos mandos militares. Además, durante la guerra de la independencia de EE UU logró que muchas tribus permaneciesen neutrales a la contienda o se inclinasen por el bando español, como demuestra un documento localizado por la Asociación Bernardo de Gálvez en la Sociedad Histórica de Missouri en el que se especifica un pacto con una tribu de siux del Lago.
A Bernardo de Gálvez le interesaban las letras (escribió, de hecho, un entremés en su juventud) y la ciencia. En el último cuarto del siglo XVIII, el de Macharaviaya se dejó llevar por la fascinación que despertaban los globos aerostáticos e ideó un invento para dirigirlos y poder aplicarlo así al mundo militar. Diseñó un artefacto dotado de velas movidas por un hombre que fue experimentado en el cauce del río Manzanares en marzo de 1784. El resultado de dicho ensayo fue publicado en la Philosophical Transactions of the Royal Society de Londres. El dibujo de su invento se expone estos días en Madrid.
Bernardo de Gálvez se relacionaba con la alta sociedad de Nueva Orleans. Así conoció a Felícité de Saint Maxent, una culta criolla, hija de un acaudalado comerciante del lugar. Como revela el libro ‘Bernardo de Gálvez. Héroe recuperado’, ambos se casaron ‘in artículo mortis’ el 2 de noviembre de 1777 por encontrarse el malagueño gravemente enfermo. Al parecer, había contraído un parásito intestinal al llegar a Nueva Orleans, un mal que se convertiría en crónico y que años después acabaría con su vida. Del acta de matrimonio se desprende su urgencia por casarse con su prometida Felícité, “pues en el caso de que Dios dispusiese de su vida, moriría con el consuelo de haber cumplido su palabra”. Era una pareja ilustrada y con inquietudes culturales. No hay que olvidar que Don Matías, el padre de Bernardo, creó la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en México. Bernardo y Felícité impulsaron la vida cultural de Nueva Orleans, fomentando el teatro y las corridas de toros. Tuvieron tres hijos: Matilde, Miguel y Guadalupe.
Quince familias malagueñas, 82 personas en total, zarparon del puerto de Málaga en 1778 con rumbo a la Luisiana. Tardaron casi ocho meses en pisar tierra y llegar a la orilla derecha de Bayú Teché, donde fundaron Nueva Iberia. Como cuenta Manuel Olmedo en el libro ‘Bernardo de Gálvez. Héroe recuperado’, aumentar la población de la zona y activar la colonización eran cometidos prioritarios del gobernador de la Luisiana. Ese desembarco malagueño, indica Olmedo, explica que a día de hoy los apellidos Romero, Segura y Gari (de Garrido) aún perduren en el lugar.
Los soldados de George Washington vestían trajes enviados por España. Una carta fechada en 1781 del comisionado español en EE UU a José de Gálvez, tío de Bernardo y secretario de Estado de Indias, habla de la inminente salida de navíos desde del puerto de Cádiz con armas y vestuarios para equipar diez regimientos, unos 10.000 hombres. Estos y otros suministros (de los que la exposición de Casa de América da buena cuenta con informes y cartas que especifican la cantidad de fusiles, cañones y demás material de guerra que se enviaba) llegaban a los ‘revolucionarios’ a través del río Mississippi. Y Bernardo de Gálvez fue clave en el control de este canal de comunicación, con su conquista de Nueva Orleans y de los fuertes de Manchak y Baton Rouge. Después, llegaría su heróico triunfo en el último y más importante bastión de la Florida Occidental, Panzacola, donde se adentró solo con su bergantín Galveztown en la bahía para “quitar el miedo” a quien tuviese “honor y valor” para seguirle. Sin embargo, este gran apoyo logístico de España a la contienda no trascendió por una sencilla razón: la Corona española mantenía en secreto la ayuda que daba por temor a que las ideas revolucionarias se contagiaran a los territorios españoles en América.
A partir del 19 de septiembre de 1786 empezó a tocarse música en el palacio del ya virrey de Nueva España para distraerlo del dolor que sentía. El 30 de noviembre moriría como consecuencia del parásito intestinal que contrajo a su llegada a Nueva Orleans. México se llenó de pasquines y versos que lloraban la muerte del virrey, textos que demuestran lo querido que llegó a ser el malagueño. Algunos de ellos se reproducen en una pared de la exposición de Madrid: “lamentos americanos”, “sentimientos de la América justamente dolorida por la temprana e inesperada muerte”, “las lágrimas de la Aurora”, se lee. Hasta 16 libros se llegaron a publicar en México sobre el dolor que provocó su fallecimiento, especifica Olmedo.